MEMORIAS DE DIAS DE LLUVIA

Conozco una niña -
A quien desde muy temprano, enseñaron a ser feliz.
Se decía, incluso, que la chica había sido condenada, al nacer, a ser feliz.

Quizá fuese por ser hija de dos enamorados de la vida,
Quizá fuese por la lucha que ella trabó por nacer

Pero el hecho es que la imagen de la niña feliz siempre fue un aura a invadir su ser.

En su infancia, los portones de las casas parecían aplaudir su caminar, cuando en noches frescas y tempestuosas, veían aquel pequeño ser descendiendo a la calle desierta. Un paraguas en puño y el otro adentro del abrigo (es que hacía un poco de frío), para esperar su amado padre volver del trabajo.

Y ella, bajo la marquesina de un centro comercial cerrado, luego abajo de la calle, aguardaba impaciente con su bolero rojo el fiel autobús de la empresa.

Y no tardaba mucho...Bajo la lluvia, al avistar el grande monstruo blanco con las letras mágicas, ella si ponía a su espera, atenta...Lista para desviarse de los chorros del agua y al mismo tiempo alcanzar su adorable padre, aún protegido, de pie con su pesada carpeta, a la puerta del autobús.

Aquéllos que por ventura pudiesen pasar por la calle en este exacto momento jamás podrían imaginar, aún que les viesen, que años de entrenamiento estaban envueltos en aquél aparentemente simple acto, años de una expectativa amorosa por los días de lluvia.
¡Y cómo ella ansiaba por ellos!

Sin embargo, nadie más, sino los portones desprevenidos por la tempestad de verano, era testigo de la niña juguetona que ascendía victoriosa a la calle. De manos unidas con el padre “sano y salvo” de las intemperies del tiempo, la pequeña heroína no conseguía dejar de sonreír lo más luminoso de los soles, al si ver tomada por un sentimiento (orgulloso, ella lo confesaría) de deber (y amor) cumplido.
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(V. PORTUGUES)

Conheço uma menina,
A quem desde muito cedo, ensinaram a ser feliz.
Dizia-se, inclusive, que a garota tinha sido condenada, ao nascer, a ser feliz.

Talvez fosse por ser filha de dois enamorados da vida,
Talvez fosse pela luta que ela travou por nascer

Mas fato é que a imagem da menina feliz sempre foi uma aura a permear seu ser.

Em sua infância, os portões das casas pareciam aplaudir seu caminhar, quando em noites frescas e tempestuosas viam aquele pequeno serzinho descendo a rua deserta. Um guarda-chuva em punho e o outro dentro do casaco (é que fazia um pouco de frio), para esperar seu amado pai voltar do trabalho.

Sob a marquise de um centro comercial fechado, logo abaixo da rua, ela aguardava impaciente com seu casaquinho vermelho o fiel ônibus da empresa.

E não demorava muito...Sob a chuva, ao avistar o grande monstro branco com as letrinhas mágicas, ela se postava à sua espera, atenta...Pronta para desviar-se dos esguichos d’agua e ao mesmo tempo alcançar o seu adorável pai, ainda protegido, de pé com sua pesada pasta, à porta do ônibus.

Aqueles que por ventura pudessem passar pela rua neste exato momento jamais poderiam imaginar, ainda que os vissem, que anos de treinamento estavam envolvidos naquele aparentemente simples ato, anos de uma expectativa amorosa pelos dias de chuva.
E como ela ansiava por eles!

Entretanto, ninguém mais, a não ser os portões desprevenidos pela tempestade de verão, era testemunha da menina sapeca que subia vitoriosa a rua. De mãos dadas com o pai “são e salvo” das intempéries do tempo, a pequena heroína não conseguia deixar de sorrir o mais luminoso dos sóis, ao se ver tomada por um sentimento (orgulhoso, ela o confessaria) de dever (e amor) cumprido.
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